Enfrentó la batalla con alegría y fiereza, siempre le había gustado combatir, plantar cara a enemigos y contradictores, iba a la vanguardia como los valientes, luchar era un destino manifiesto. Incapaz de cohonestar la injusticia, de sobrellevar la mentira y la desidia, lo daba todo, en medio de una guerra sin tregua ni cuartel. Mente despierta, lengua afilada, ojos de alcon, no iban a intimidarlo con mentiras, mucho menos a embaucarlo, muchas veces se le veía solitario, pero era legión y lo sabía. De todo él, lo que más espantaba era la risa, esa que brotaba de su garganta a borbotones, espontánea, libre, era su canto de victoria, era la mayor amenaza para sus enemigos a quienes no dejaba dormir. Jung Chan, batalla de tinta, Gilma Betancourt, texto.
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