jueves, 15 de agosto de 2019


Ser preso de su mirada era menos fatalidad que privilegio, hermosamente complacida, dulcemente ensimismada, pocos, quizás ninguno, llegaría a conocer la razón de su sonrisa, el horizonte de su corazón. Ese amor que se tornaba plácido, manso y cotidiano, aunque de vez en cuando se rebelava cómo las olas durante la tormenta, con la furia propia del mar embravecido, con la fuerza incesante que caracteriza a la pasión. La miraban como quien ve a una obra de arte, les veía como quien contempla un hermoso paisaje, uno en el que el sol se halla próximo a proyectarse.  Madrazo, La co  desa de Vilches. Gilma Betancourt, texto.

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