martes, 16 de diciembre de 2014

ETERNO

Cada mañana el milagro ocurria de nuevo, cuando abría los ojos, a pesar de haber pasado la noche en solitario, descubria las huellas del amor que habia dormido a su lado. Al principio penso que estaba disvariando, definitivamente no podía ser cierto, como hiba a serlo? hacia tanto, tanto que se habia marchado ,tanto tiempo en que no se encontraban para compartir un café, o para tomar un helado, tanto días sin tomarse  de las manos, sin que sus labios se unieran en uno de esos besos que hacian enrojecer a los extraños... pero luego se dio cuenta de que era cierto y que algo raro estaba pasando, quizo  creer que era una casualidad, soñar girasoles y encontrar girasoles en su camino, soñar con el suave abrazo de la tarde y encontrarse abrazada desde todos los puntos cardinales de mil modos extraños, pensar en chocolates y abrir un cajon para encontrarse algunos de sus favoritos que parecian haberse quedado allí olvidados. Luego simplemente lo supo, lo asumio, ¿que le llevo a hacerlo? la huella tibia de ese beso extraordinario bailandole en los labios, entonces lo acepto, su amor, nunca estuvo perdido, su amor, ese tan grande y tan de siempre, permanecio fiel eternamente a su lado.

jueves, 4 de diciembre de 2014

VACACIONES

Hacía ya mucho tiempo que Cristina deseaba tomarse unas buenas vacaciones. No de esas que se comparten en familia con marido e hijos a bordo, descansando  en la playa o jugando a saltar las olas. Tampoco de las de irse con amigas de paseo a algún lugarcito de esos gloriosamente arrebatadores, de capillita al centro de una colina y venta de artesanías coloridas en los alrededores de la plaza, ¡No! Cristina quería unas vacaciones diferentes.
Unas en las que no hubiese horarios, ni cuentas por pagar. Que implicaran no tener que  ser  responsable por nada ni por nadie. Sin ninguna voz señalando “hay que hacer esto” o “hay que hacer aquello”. Sin nadie preguntando “¿Dónde están mis medias? o ¿Trajiste el bloqueador Cristinaar? ¡Sí! Las vacaciones que quería Cristina eran muy, muy diferentes de las acostumbradas. Porque lo que Cristina quería era ¡Irse de vacaciones sin ella! Sin la educación que le dieran madre, tías y abuelas. Sin la voz de la conciencia que le inculcaran las monjas del colegio. Sin el amor por sus hijos y su marido, vuelto responsabilidad, cuidado  y compromiso. Sin culpas ni remordimientos. Sin más deber que el de descansar, tirada sobre la cama de un buen hotel, sin tener que  hacer nada más que permanecer allí por horas mirando al techo, haciendo bombas de chicle o  bebiendo té helado frente al televisor.
Así que pensando en esto, tomó sus llaves, las echó en el bolso, y escribió una nota que decía: “Querido Tomás, me voy. Vuelvo el domingo. Dejo comida suficiente en la nevera. Los niños están donde mi madre. No te preocupes por mí, que yo tampoco voy a hacerlo. Ni intentes llamarme, porque me he dejado el celular  en casa. Estoy bien, a decir verdad dudo que pueda llegar a estar mejor. Me voy unos días de vacaciones. Te amo. Cristina”


jueves, 27 de noviembre de 2014

QUIZAS

Inevitablemente hemos de encontrarnos, nos reconoceremos de tantos, tantos años, tal ves nos tomemos de las manos, caminemos un rato juntos reconociendo el tiempo que por ambos ha pasado, entonces quizás me beses, te bese o te besemos, el resto? el resto entre los dos lo iremos sintiendo e inventando

sábado, 15 de noviembre de 2014

DESAFIO



A Rosario y Francisco les gustaban los animales, y mucho, eso todos lo sabían, por eso cuando trajeron el mico capuchino a vivir con ellos, a nadie le sorprendió. Le enseñaron habilidades diversas entre ellas la de ir al baño como los humanos, sentarse en la mesa y acompañarlos a comer al igual que los demás miembros de la familia. Durante el primer año las cosas fueron de maravilla; sin embargo, con el paso de los días empezaron a desmejorar sensiblemente y todo porque el mico, a quien llamaron Checho, empezó a mostrarse particularmente agresivo con Francisco.
Al principio se trataba de pequeños roces y desafíos, muestras de dientes y otras señales desconcertantes. Luego la situación empezó a ser verdaderamente desagradable, al punto en que la familia llegó a dudar de su capacidad para conservar a Checho. Y es que éste parecía no tolerar la presencia de Francisco en la casa.
Hicieron memoria intentando identificar cualquier clase de incidente que hubiese podido desencadenar tal comportamiento, pero no pudieron hallar nada significativo. A decir verdad, Francisco había sido un verdadero padre para Checho, lo había cuidado, educado, alimentado, siempre tratándolo con el mayor cariño y la más completa consideración. Así que tras el análisis volvieron a estar todos igualmente desconcertados.
Finalmente decidieron  acudir en busca de ayuda, dadas las características del animal, al veterinario del zoológico. Una vez allí expusieron su caso, mientras el médico prestaba la mayor atención sin dejar de sonreír a la preocupada pareja. “Verán” les dijo “Lo que ocurre es que Checho ha alcanzado la madurez sexual y como él los considera a ustedes su manada, se comporta según su instinto” “¿Y?” le interpeló Francisco. “Y él te está desafiando como el macho alfa de la manada que eres con miras a ver si él puede quedarse con Rosario como compañera” “¡Quéee!” Exclamo la pareja al unísono, mientras el veterinario apenas si lograba controlar la risa. “Y ¿Ahora qué hacemos?”, preguntaron angustiados. “Sencillo, ahora tu Francisco, tienes que desafiar a Checho a un combate y derrotarlo. Solo así él va a aceptar tu superioridad y volverá a estar tranquilo como antes.”
“¿Y si no lo hago?” preguntó Francisco. “Pues Checho te sigue desafiando y la cosa puede empeorar”, “¿Y si no logro derrotarlo?” “Si no logras derrotarlo, entonces gana Checho y se queda con Rosario”. Ahora era la cara de pánico de Rosario la que provocaba risa. “Lo mejor es que te prepares, dijo de nuevo el veterinario, igual tienes total ventaja, pues Checho no es un mono grande, confía en ti, tu puedes vencerlo”.
Esa semana no durmieron, contemplaron incluso la opción de llevar a Checho al Zoologico y entregarlo, pero al pensar en lo mucho que lo querían, en la historia que tenían juntos y, sobre todo, en la manera como esto afectaría a todo el núcleo familiar, decidieron que ese viernes Francisco desafiaría a Checho a combate. Obviamente antes de que el enfrentamiento se diese, Rosario dejó bien claro que en caso de salir perdedor Francisco, éste debería ocuparse personalmente de llevar Checho al zoológico. Pues por mucho que le doliese su pérdida le prefería a cualquier otra situación que pudiese presentarse. Además, no era ella hembra de la especie capuchina y por lo tanto no estaba  nada  dispuesta a aceptar que un par de machos contendientes decidieran su destino.

Hecho esto tuvo lugar el combate, en el que para fortuna de todos Checho salió vencido. Así que mientras el miquito volvía a la normalidad y Francisco se daba golpes en el pecho cual Tarzán victorioso, Rosario daba gracias a Dios por no haberse decidido a adoptar un gorila.

domingo, 2 de noviembre de 2014

ENTREGAR LAS LLAVES



Diego Luis siempre fue un niño despierto, poco dado a dejarse engañar y muy dispuesto a usar la lógica, así que cuando su mamá lo enviaba a la tienda a traer víveres, Diego le respondía ¿para ir y volver?, y es que en verdad a este pequeño no había quien le sacara ventaja, salvo claro está su hermanita María Claudia, porque como decía mamá Rosa “El día que nace el guapo, nace el que le va a pegar”
Pues bien, en una navidad a Dieguito le regalaron una pistola y como niño de los años sesenta arma en mano y munición, quién dijo miedo, todo blanco le parecía perfecto; especialmente desde que su hermanita lo instaba a disparar, lo que Diego no sabía e incluso sus padres ignoraban era que la balas no eran otra cosa que caramelos, solo la pequeña María Claudia lo había descubierto, pero niña despierta no se lo dijo a nadie, sino que se dedicó a correr en dirección a donde su hermano apuntaba y tras llegar allí de la balita ¡no se volvía a saber!, para desgracia del pequeño Diego, quien cuando se enteró de la verdad ,ya estaba a punto de quedarse sin municiones.
Pero esta no era la historia que yo venía a contar, era más bien otra bastante diferente, una ocurrida en el Cali de los años sesenta cuando la máxima velocidad se acercaba a los cuarenta km por hora, los autos eran grandes y coloridos y la tía Gilma se vino a vivir a la casa paterna.
Ah la casa de los abuelos, bisabuelos para mí, lugar encantador, de ires y venires, en los que los adultos eran dulces e ingenuos y los pequeños todos unos pilluelos, capaces de poner en aprietos a más de uno, sino, pregúntenselo al tío Alberto.
¿Qué por qué al tío Alberto? Pues porque él generalmente regresaba del trabajo a eso de las cinco de la tarde, cuando todos los niños estaban en la casa, jugando cual angelitos a tirarle agua desde las ventanas a los desprevenidos transeúntes, que claro está subían a reclamar hechos unas verdaderas furias, tan solo para encontrarse con el bueno e inocente del tío a quien jamás se le ocurriría ni tendría porque saber en qué pilatunas andaban sus “adorables sobrinos”.
Así que cuando las personas enfadadas le decían: “Señor mire lo que me hicieron sus hijos” el se daba a responderles la verdad: " Señora yo no tengo hijos". Cosa que en lugar de tranquilizar a la reclamante acababa casi siempre por ponerla fuera de casillas, así que el pobre tío salía más que regañado, no solo por no educar, sino también por el crimen de pretender negar a su inquieta progenie. Claro que el siempre contaba con quien lo defendiera y sacara de apuros, pues por lo general a esa misma hora Papá Luis y Mamá Emma rezaban el rosario en la terraza o simplemente veían pasar la tarde, y aunque Mamá Emma era por lo general tranquila no aceptaba que nadie se metiera con su familia que al fin de cuentas “Con los tuyos con razón o sin ella”
De manera que cuando los indignados transeúntes empezaban a levantar la voz, ella con su habitual tono bajo pero lleno de autoridad decía: “Señora deje de decir mentiras, que lo niños son unos ángeles, incapaces de hacerle ningún daño a nadie, a saber donde se fue a meter usted para mojarse de ese modo, pero con seguridad que aquí no fue, así que hágame el favor y váyase, que nos está importunando” Ni que decir que las gentes derrotadas de ese modo se iban, con Mamá Emma no había quien pudiera, y ella definitivamente nunca en su vida iba a permitir que en su presencia se regañara o mucho menos castigara a uno de sus niños, que para eso era la abuela.

Obviamente las personas no dejaban de refunfuñar cosas sobre los angelitos, y nosotros escondidos tras las puertas no dejábamos de esperar una reprimenda que curiosamente nunca hubo de llegar.

Bueno a ese precioso habitad había venido a recalar la buena tía Gilma, tía de Diego, María Claudia, Luz Marina, Martín, Luis Eduardo Emma Fernanda, Carlos, José, Hernando y muchos primos más grandes, porque mía no, y es que esta particular señora, este ser tan especial como encantador, no es otra cosa para mí que mi adorada abuela, mía y de mis hermanos Luis Guillermo y Juan Ramón. Pero retomemos, les contaba que se había trasladado ella desde Bogotá a Cali y una vez aquí siendo como era una mujer moderna se determinó a aprender a manejar, para conducir el auto tal y como lo hacía su hermana Mariela.

¿Quién le enseño?, ¿cómo aprendió? No supe jamás, lo que si se, es que estando ya lista y al timón, se determinó esta gentil dama salir a dar una “vuelta” o paseo por la avenida sexta, lugar neurálgico de la ciudad de Cali, caracterizado por sus árboles, la infaltable brisa se las seis de la tarde, y los diferentes locales comerciales y restaurantes.
Y bueno, si una tía va a dar una una vuelta tan especial aprovecha y lleva a los niños con ella, para que la acompañen y también para que se diviertan. Eligió la buena dama en esta oportunidad al pequeño Diego Luis, pensando que siendo el niño tan vivo como era podía ayudarle, ya que ella no se sentía del todo segurá conduciendo, y así se lo dijo con estas palabras: “Mi amor venga acompáñeme para que me ayude mientras voy manejando”. A lo que el niño le respondió “Claro tía y ¿cómo le ayudo; “Pues fácil mi amor, usted se asoma por la ventanilla y me avisa cuando venga un carro, o si viene una persona para que no vayamos a accidentarnos”.
Quién dijo miedo, esas palabras sellaron el destino de mi abuela como conductora, ay si ella hubiera sabido, ¡cuánto dinero se habría economizado en taxis y demás transportes públicos!, pero nada, lo que ha de ser, ha de ser y es.
Una vez puestos Gilma al volante y Diego en el asiento del copiloto, arrancaron y ni que decir que en las primeras cuadras todo fue verdaderamente bien, sin embargo una vez llegaron a la avenida sexta todo cambio y no para mejor. Tal vez fue el ver tantos carros, o peatones, el caso es que Diego se empodero de su misión y antes de que su tía pudiera evitarlo, abrió la ventanilla del auto, asomo la cabeza y comenzó a gritar tan alto como se lo permitieron sus pulmones: “Quítense quítense que mi tía Gilma va manejando”, las personas que le oían no sabían si echarse a correr o tirarse al suelo a reír, de tan graciosa que resultaba la particular escena.
Lo cierto es que para Gilma ya era demasiado tarde, hacer callar a Diego era verdaderamente imposible, no había modo de explicarle que sus servicios de ayudante ya no eran necesarios, solo quedaba una salida, regresar a casa, guardar el auto y entregar las llaves.

sábado, 25 de octubre de 2014

EL ANTIOQUEÑO

Se llamaba Luis Eduardo, había nacido en Abejorral Antioquia en el centro de Colombia. Como buen antioqueño era trabajador. Estaba hecho a levantarse en la madrugada antes de que clareara el sol, a trabajar con honradez y empeño, a decir la verdad, creer y hacer lo que Dios manda. Siendo aún niño dejó la casa paterna por un altercado que tuvo con su padre, debido a la venta que él había hecho de los cueros de unas reses que se desbarrancaron. La cuestión era que su papá le había alquilado unos terrenos a don Manuel y éste tenía en ellos unas reses, dos de las cuales se mataron. Luis Eduardo se dio cuenta del hecho y le preguntó a don Manuel qué iba a hacer al respecto, a lo que éste le dijo que nada. Entonces él le pidió permiso para quitarles los cueros curtirlos y venderlos. A lo que el señor dijo que sí.
El muchacho así lo hizo y luego de que los vendió, se fue muy contento para su casa con el producido de su trabajo. Su papá, sin embargo no se mostró para nada satisfecho, todo lo contrario, lo regaño y le dijo que él tenía que entregarle el dinero a don Manuel porque este era el dueño de los animales, a lo que Luis Eduardo se negó, alegando que aquel se los había dado y que por demás de no ser por él los cueros se habrían perdido. El padre replicó que no importaba, tenía que hacerlo porque eso era lo correcto y porque lo mandaba él. De poco sirvieron entonces las lágrimas de su madre o las palabras de don Manuel en su favor, nada lo iba a hacer ceder. Ante esto Luis Eduardo dijo que no estaba dispuesto a obedecer y que prefería irse de la casa antes que perder su trabajo. Su padre oyéndolo replico: “Mija, organícele las cosas a este muchacho que se va y denle una mula para que se las lleve”; quizás pensó que a la corta edad de Luis Eduardo éste se iba a asustar, pero el muchachito de doce años, no solo se marchó sino que, además, antes de hacerlo prometió no volver hasta no traer una recua de mulas propias por delante.
Se fue para Medellín donde estaban sus hermanos, al llegar allí mandó devolver la mula y se puso con ayuda de ellos a trabajar en la construcción del ferrocarril de Antioquia. Empleo en el que permaneció algunos años, luego de los cuales se dio a la tarea de comerciar, llegando con su negocio hasta el norte del Valle, primero a Cartago y luego a San José, en las vecindades de la Victoria. Allí, finalmente, se estableció y puso una tienda que el mismo se ocupaba de atender.
Estando allí en San José, la conoció. Ella se llamaba Emma, pese a que la habían bautizado María, porque el cura decía que Emma no era nombre cristiano y se llamaba así porque el papá de ella, don Gregorio Delgado, dueño de la hacienda de las Arditas, dijo que lo dejaba sin cuidado lo que el cura hubiera dicho, así que una vez pasó el bautizo, dijo en voz alta, para que todo el mundo oyera, ¡Se llama Emma! , sobra decir que desde ese día todos le dijeron así. Era alta y delgada, tenía la piel muy blanca y los ojos verdes. Muchos la habían pretendido, pero ella, niña consentida de su padre, aún no había escogido a ninguno. En el pueblo se decía que era mimada, porque don Gregorio le tenía una criada para ella sola, misma que la acompañaba a todas partes sosteniéndole la sombrilla para evitar que el sol le quemase la piel de porcelana que la caracterizaba. También decían que era caprichosa, porque siempre que llegaba desde Cartago el mercader con telas nuevas, el padre la llamaba para que ella escogiera de primera; antes incluso de que sus hermanas – que eran mayores – pudieran siquiera verlas.
Pero él pronto se dio cuenta de que no era así. Sino que, por el contrario, era justa, generosa, juiciosa y buena. De modo que antes de darse cuenta se enamoró perdidamente de Emma. Por su parte ella también lo había visto y había comenzado a interesarse en él. Le gustaba que fuera honrado y trabajador, verlo siempre en misa y saber que era culto y educado. No en balde las gentes decían que antes de venirse de Abejorral, su tierra, se había leído todos los libros que había en la biblioteca del pueblo. Igualmente le gustaban a Emma el talante y gallardía de Luis Eduardo, pero sobre todo la atraía la cortesía y finesa con que siempre la trataba y el modo en que la atendía. Así que cuando menos se pensó ya estaban en amores. Él la visitaba en la hacienda, donde ella lo recibía siempre con una sonrisa.
Contrario a lo que muchos pensaron, don Gregorio consintió la relación. Cansado como estaba de sobrellevar la desgracia de sus hijas mayores, casadas en su mayoría con hombres ricos, que les dieron mala vida y convencido por la forma como ella replicaba cada vez que alguien con sorna le preguntaba qué iba a hacer ella, que siempre había sido tan consentida, cuando Luis Eduardo no pudiera darle la vida a la que estaba acostumbrada. Lo maravillaba el que ella siempre les dijera “si no tenemos más que pan y agua que comer, pan y agua comemos los dos”, “si no tenemos nada que comer, pues no comemos nada, y si nos faltan cobijas tampoco importa, que para eso tendremos amor de sobra para cobijarnos si nos da frío”. Por eso la dejó casar con él, aunque no fue a la boda porque dijo nadie la iba a poder querer jamás como él la quería. Muchos años después, sin embargo, le diría a ella: “Hija, yo quiero al antioqueño, porque él te quiere como te quiero yo”.

Y acertó don Gregorio, puesto que ambos se quisieron sin reparos la vida entera. Más de sesentaicinco años, once hijos, ocho vivos y tres muertos, pasaron por su historia sin hacerle mella a ese amor. Por el contrario lo acrecentaron. Siempre daba gusto verlos, especialmente en medio de las dificultades, cuando Luis Eduardo se enojaba, renegaba y maldecía. Entonces ella en lugar de emparejarse con él o de oponerse a su malgenio, le daba la razón. Luego cuando él se calmaba, ella iba, se sentaba a su lado y dulcemente lo hacía entrar en razón. No en vano todos sabían que si algo se dañaba en la casa y había que arreglarlo, la fórmula mágica para evitar que Luis Eduardo se enojara con todos, era que cuando él preguntara ¿y esto quien lo daño? Ella le dijera ¡Fui yo! Entonces él se aplacaba, sacaba el dinero y lo mandaba a arreglar sin chistar.
Viviendo así, de ese modo, los encontró la vejez como en los primeros días tomados de la mano. Ella preparando las colaciones que él habría de comerse al medio día. Eligiéndolas cuidadosamente, sin importar que la mano le temblase o que debiera acompañarse del bastón para podérselas llevar. Él cuidándola sin cesar, acompañándola a todas partes. Bien fuera a la iglesia, bien al solar, a las tres de la mañana, cuando la demencia senil hiciera mella en Emma. Entonces se quedaba allí, parado a su lado hasta que ella decidiera volverse a ir a acostar. Si alguno le preguntaba si esto le costaba trabajo, dada su avanzada edad, él sin dudarlo decía que no, porque ella era su vida entera, y para el atenderla era un gusto, un privilegio, una satisfacción. Lo que muchas veces él no supo, porque ella no quería que lo supiera, era lo mucho que ella valoraba todos y cada uno de sus gestos, aunque estos pudiesen incomodarle.
Como la molestaba el que en las noches de calor él la arropase luego de que ella se quitara la cobija, sin embargo nunca se lo llego a decir, la razón, confeso no era otra que tener consciencia de que él lo hacía como una atención. Esa quizás no otra fue la razón del éxito de su amor, la delicada ternura con la que este se tejió.
Cuando ella se murió todos pensaron que el Antioqueño se iría con ella; pero no, no lo hizo, por el contrario se quedó. La sobrevivió seis años durante los cuales ni un solo domingo faltó al cementerio. Tal vez solo en sus últimos días, cuando ya no pudo pararse de la cama, dejó de hacerlo. ¿A que iba si ella ya no podía verlo? Se preguntaban hijos y nietos, pero no se atrevían a cuestionárselo, porque lo conocían de antaño y sabían de sobra sobre su malgenio. Él no les decía nada, porque no lo consideraba necesario, pero si alguno se lo hubiese preguntado le habría dicho que iba para seguir haciendo lo que siempre había hecho desde que la conociera, cuidar de ella y atenderla. Por eso llevaba a su tumba los claveles rosados que a ella le gustaban tanto, hacia pulir la lápida para que estuviera limpia, y le dejaba saber con su presencia que un amor de esos, como el que ellos sintieran ni siquiera la muerte lo detiene.

EL ANTIOQUEÑO



Se llamaba Luis Eduardo, había nacido en Abejorral Antioquia en el centro de Colombia. Como buen antioqueño era trabajador. Estaba hecho a levantarse en la madrugada antes de que clareara el sol, a trabajar  con honradez y empeño, a decir la verdad, creer y hacer lo que  Dios manda. Siendo aún niño dejó la casa paterna por un altercado que tuvo con su padre, debido a la venta que él había hecho de los  cueros de unas reses que se desbarrancaron. La cuestión era que su papá le había alquilado unos terrenos a don Manuel y éste tenía en ellos unas reses, dos de las cuales se  mataron. Luis Eduardo se dio cuenta del hecho y le preguntó a don Manuel qué iba a hacer al respecto, a lo que éste le dijo que nada. Entonces él le pidió permiso para quitarles los cueros  curtirlos y venderlos. A lo que el señor dijo que sí.
El muchacho así lo hizo y luego de que los vendió,  se fue muy contento para su casa con el producido de su trabajo. Su papá, sin embargo no se mostró para nada satisfecho, todo lo contrario, lo regaño y  le dijo que él tenía que entregarle el dinero a don Manuel porque este era el dueño de los animales, a lo que Luis Eduardo se negó, alegando que aquel se los había dado y que por demás de no ser por él los cueros se habrían perdido. El padre replicó que no importaba, tenía que hacerlo porque eso era lo correcto y porque lo mandaba él. De poco sirvieron entonces  las lágrimas de su madre o las palabras de don Manuel en su favor, nada lo iba a hacer ceder. Ante esto Luis Eduardo dijo que no estaba dispuesto a obedecer y que prefería irse de la casa antes que perder su trabajo. Su padre oyéndolo replico: “Mija, organícele las cosas a este muchacho que se va  y denle una mula para que se las lleve”; quizás pensó que a la corta edad de Luis Eduardo éste se iba a asustar, pero el muchachito de doce años, no solo se marchó sino que, además, antes de hacerlo prometió no  volver hasta no traer  una recua de mulas propias por delante.
Se fue para Medellín donde estaban sus hermanos, al llegar allí mandó devolver la mula y se puso con ayuda de ellos a  trabajar en la construcción del ferrocarril de Antioquia. Empleo en el que permaneció algunos años, luego de los cuales se dio a la tarea de comerciar, llegando con su negocio hasta el norte del Valle, primero a Cartago y luego a San José, en las vecindades de la Victoria. Allí, finalmente, se estableció y puso una tienda que el mismo se ocupaba de atender.
Estando allí en San José, la conoció. Ella se llamaba Emma, pese a que la habían bautizado María, porque el cura decía que Emma no era nombre cristiano y se llamaba así porque el  papá de ella, don Gregorio Delgado, dueño de la hacienda de las Arditas,  dijo que lo dejaba sin cuidado lo que el cura hubiera dicho, así que una vez  pasó el bautizo, dijo en voz alta, para que todo el mundo oyera, ¡Se llama Emma! , sobra decir que desde ese día todos le dijeron así. Era alta y delgada, tenía la piel muy blanca y los ojos verdes. Muchos la habían pretendido, pero ella, niña consentida de su padre, aún no había escogido a ninguno. En el pueblo se decía que era mimada, porque don Gregorio le tenía una criada para ella sola, misma que  la acompañaba a todas partes sosteniéndole la sombrilla para evitar que el sol le quemase la piel de porcelana que la caracterizaba. También decían que era caprichosa, porque siempre que llegaba desde Cartago el mercader con telas nuevas, el padre la llamaba para que ella escogiera de primera; antes incluso de que sus hermanas – que eran mayores – pudieran siquiera verlas.
Pero él pronto se dio cuenta de que no era así. Sino que, por el contrario, era justa, generosa, juiciosa y buena. De modo que antes de darse cuenta se enamoró perdidamente de Emma. Por su parte ella también lo había visto y había comenzado a interesarse en él. Le gustaba que fuera honrado y trabajador, verlo siempre en  misa y saber que era  culto y educado. No en balde las gentes  decían que antes de venirse de Abejorral, su tierra, se había leído todos los libros que había en la biblioteca del pueblo. Igualmente le gustaban a Emma el  talante y gallardía de Luis Eduardo, pero sobre todo la atraía la cortesía y finesa con que siempre la trataba y  el modo en que la atendía. Así que cuando menos se pensó ya estaban en amores. Él la visitaba en la hacienda, donde ella lo recibía siempre con una sonrisa.
Contrario a lo que muchos pensaron, don Gregorio consintió la relación. Cansado como estaba de sobrellevar la desgracia de sus hijas mayores, casadas en su mayoría con hombres ricos, que les dieron mala vida y convencido por  la forma como ella replicaba  cada vez que alguien con sorna le preguntaba qué iba a hacer ella, que siempre había sido tan consentida, cuando Luis Eduardo no pudiera darle la vida a la que estaba acostumbrada. Lo maravillaba el que ella siempre les dijera  “si no tenemos más que pan y agua que comer, pan y agua comemos los dos”, “si no tenemos nada que comer, pues no comemos nada, y si nos faltan cobijas tampoco importa, que para eso tendremos amor de sobra para cobijarnos si nos da frío”. Por eso la dejó casar con él, aunque no fue a la boda porque dijo nadie la iba a poder querer jamás como él la quería. Muchos años después, sin embargo, le diría a ella: “Hija, yo quiero al antioqueño, porque él te quiere como te quiero yo”.


 Y acertó don Gregorio, puesto que ambos se quisieron sin reparos la vida entera. Más de sesentaicinco años, once hijos, ocho vivos y tres muertos, pasaron por su historia sin hacerle mella a ese amor. Por el contrario lo acrecentaron. Siempre daba gusto verlos, especialmente en medio de las dificultades, cuando Luis Eduardo se enojaba, renegaba y maldecía. Entonces ella en lugar de emparejarse con él o de oponerse a su malgenio, le daba la razón. Luego cuando él se calmaba, ella iba, se sentaba a su lado y dulcemente lo hacía entrar en razón. No en vano todos sabían que si algo se dañaba en la casa y había que arreglarlo, la fórmula mágica para evitar que Luis Eduardo se enojara con todos, era que cuando él preguntara ¿y esto quien lo daño? Ella le dijera ¡Fui yo! Entonces él se aplacaba, sacaba el dinero y lo mandaba a arreglar sin chistar.
Viviendo así, de ese modo, los encontró la vejez como en los primeros días tomados de la mano. Ella preparando las colaciones que él  habría de comerse al medio día. Eligiéndolas cuidadosamente, sin importar que la mano le temblase o que debiera acompañarse del bastón para podérselas llevar. Él cuidándola sin cesar, acompañándola a todas partes. Bien fuera a la iglesia, bien al solar, a las tres de la mañana, cuando la demencia senil hiciera mella  en Emma. Entonces se quedaba allí, parado a su lado hasta que ella decidiera volverse a ir a acostar. Si alguno le preguntaba si esto le costaba trabajo, dada su avanzada edad, él sin dudarlo decía que no, porque ella era su vida entera, y para el atenderla era un gusto, un privilegio, una satisfacción. Lo que muchas veces él no supo, porque ella no quería que lo supiera, era lo mucho que ella valoraba todos y cada uno de sus gestos, aunque estos pudiesen incomodarle.
Como la molestaba el que en las noches de calor él la arropase luego de que ella se quitara la cobija, sin embargo nunca se lo llego a decir, la razón, confeso no era otra que tener consciencia de que él lo hacía como una atención. Esa quizás no otra fue la razón del éxito de su amor, la delicada ternura con la que este se tejió.
Cuando ella se murió todos pensaron que el Antioqueño se iría con ella; pero no, no lo hizo, por el contrario se quedó. La sobrevivió seis años durante los  cuales ni un solo domingo faltó al cementerio. Tal vez solo en sus últimos días, cuando ya no pudo pararse de la cama, dejó de hacerlo. ¿A que iba si ella ya no podía verlo? Se preguntaban hijos y nietos, pero no se atrevían a cuestionárselo, porque lo conocían de antaño y sabían de sobra sobre su malgenio. Él no les decía nada, porque no lo consideraba necesario, pero si alguno se lo hubiese preguntado le habría dicho que iba para seguir haciendo lo que siempre había hecho desde que la conociera, cuidar de ella y atenderla. Por eso llevaba a su tumba los claveles rosados que a ella le gustaban tanto, hacia pulir la  lápida para que estuviera limpia, y le dejaba saber  con su presencia que un amor de esos, como el que ellos sintieran ni siquiera la muerte lo detiene.


jueves, 14 de agosto de 2014

LOS BOMBEROS DE CALI, MIS HEROES (HISTORIA POR RUNNY)

Hola soy Runny, y soy un gato. Vivo en Cali pero nací en Bogota, allí me salvo Olguita, mi madrina, ella hace parte de la fundación Patitas de la Calle y preocupad por mi futuro me recogió y empezó a buscarme una familia donde me quiesieran mucho, tanto como ella me quiere. Así encontré mi familia humana y peluda, tuve una mamá persona, Gilma y dos hermanos personas Laura y Santiago, y dos hermanos gatos como yo Kasu y Naggy.  Empece mi vida con ellos con mucho amor, yo soy muy juguetón, consentido, "hablador" y me encanta meterme bajo las cobijas y que me hagan cosquillas.
Anoche estaba jugando detrás de la puerta, quería cazar un bichito y zas, mi patita se atoro entre el espacio entre la pared y la puerta, ay, ay, ay,que dolor, nunca nada me había dolido tanto en mi corta vida. Empece a gritar, y claro mi hermano Santiago llego volando y mi mamá Gilma también, mi mamá trato de sacarme y yo la mordi porque me dolía mucho, pero a ella no le importo porque lo único que quería era salvarme. Santiago llamo a Laura y todos intentaban pensar en que hacer, porque estaban muy asustados, además era muy temprano tarde, ya eran las doce de la noche.
Mi hermano dijo que había que llamar a los bomberos y fue a hacerlo en la portería de mi edificio, entre tanto mi mamá llamaba a los vecinos, que muy asustados vinieron en mi ayuda.
Las manos de mi mamá sangraban y eso hacia que todos estuvieran más asustados.
Entonces luego de diez minutos llegaron ellos. Eran tres y vienieron en su carro con luces a salvarme, entraron y mi mamá les dijo que si tenia que tumbar la puerta no importaba pero que me sacaran de allí, yo sufria mucho, gritaba y solo me calmaba un ratito cuando mis familiares me hablaban y me explicaban que estaban haciendo todo para liberarme. Mis héroes bomberos evaluaron la situación y trajeron una herramienta con la que hicieron palanca y yo me vi liberado.
Mi patita se veía muy mal y mi mamá penso que estaba fracturada. Yo habia salido cojeando y estaba solito, los bomberos decían que se me tenían que acercar con calma

domingo, 27 de julio de 2014

VENGANZA

Te volveré cuento, te haré palabras de esas que duelen y cortan el aliento, entonces volverás a ser lo que eras, una rana en el estanque

miércoles, 23 de julio de 2014

DULCE

Me enamore de ti casi sin querer, no hiciese nada especial simplemente fuiste tú. En el conocerte aprendía a disfrutar con todo lo que hacías, tus juegos, tus mimos, tu ternura, esa ternura tan tuya que se me rego en el alma para siempre. Tuviste la capacidad de sorprenderme con tu osadía, con tu espíritu de lucha y tu alegría, así que antes de saberlo te amé, totalmente, llenaste los espacios de caricias de bigotes de gata, de patitas de gata, de besitos de gata. Ahora te has ido, no sin antes enseñarme una nueva forma de compasión, la más difícil, la más total, hoy entregaste tu vida entre mis brazos, y me sentí absurdamente triste pero también feliz, porque tuve el privilegio de acompañarte en tus mejores y en tus peores momentos, sé que por unos días me quedara en herencia la tristeza, pero también que con el tiempo solo permanecerá lo que es puro y verdadero el amor que desde tu alma tierna  e inocente nos supiste dar, ese que nos unirá siempre y que nos llevara a encontrarnos, porque como tú yo también espero un día poder ir a vivir al cielo de los gatos.

DULCE

Me enamore de ti casi sin querer, no hiciese nada especial simplemente fuiste tú. En el conocerte aprendía a disfrutar con todo lo que hacías, tus juegos, tus mimos, tu ternura, esa ternura tan tuya que se me rego en el alma para siempre. Tuviste la capacidad de sorprenderme con tu osadía, con tu espíritu de lucha y tu alegría, así que antes de saberlo te amé, totalmente, llenaste los espacios de caricias de bigotes de gata, de patitas de gata, de besitos de gata. Ahora te has ido, no sin antes enseñarme una nueva forma de compasión, la más difícil, la más total, cuando
entregaste tu vida entre mis brazos, y me sentí absurdamente triste pero también feliz, porque tuve el privilegio de acompañarte en tus mejores y en tus peores momentos, sé que por unos días me quedara en herencia la tristeza, pero también que con el tiempo solo permanecerá lo que es puro y verdadero el amor que desde tu alma tierna  e inocente nos supiste dar, ese que nos unirá siempre y que nos llevara a encontrarnos, porque como tú yo también espero un día poder ir a vivir al cielo de los gatos.

martes, 22 de julio de 2014

sábado, 12 de julio de 2014

SOBRE EL CONFLICTO ENTRE PALESTINA E ISRAEL

Ni Palestina, Ni Israel, más bien Palestina e Israel, ambos, los dos, víctimas y victimarios en medio de una guerra sin cuartel entre organizaciones políticas y estatales que consideran que “el fin justifica los medios”, y que tal y como todos sabemos abren la puerta a procesos que a la final se decantan en genocidios, ataques y daños a la población civil. ¿Quién tiene la culpa? ¿Qué posición debemos tomar? ¿Hacia dónde debemos orientar nuestros amores y nuestros odios?, por mi parte todos y ninguno, los conflictos políticos se agravan conforme pasa el tiempo, los niveles de tensión se incrementan y la resolución parece alejarse inexorablemente, así que buscar culpables no ayuda mucho, más bien agrava la situación porque la extrapola, en cuanto a amores y odios creo que ambos pueblos – inocentes de lo que ocurre en casi su totalidad – merecen nuestro amor y el odio, el odio no aporta nada, así que creo debería estar excluido por principio y en principio de todas partes. Finalmente en cuanto a la postura, ojala tomáramos la que menos se espera que tomemos, la de la conciliación, la del dialogo y la aproximación, esa en la que varios humanistas  de primer orden han venido trabajando, la de buscar los puntos de cercanía, en lugar de hacer énfasis en las distancias, porque si mal no recuerdo una de las estrategias seguidas por las grandes potencias desde antes de la des colonización de la zona fue enfatizar en las diferencias, promover odios que no existían, porque mientras las comunidades cristianas católicas u ortodoxas generaron conflictos desde la edad media con las otras comunidades religiosas expulsando a los judíos de sus países o persiguiéndolos, encerrándolos en guetos y demás, el islam genero con este pueblo una relación armónica y pacifica que redundo en grandes beneficios para la humanidad. Es más no se si lo saben pero en el mismo Irán, en este momento la comunidad judía no solo es grande sino también muy respetada y tiene puesto en el congreso de la nación. ¿Entonces porque es tal la diferencia con relación a la región de la Palestina? Pues por muchas razones, pero las más importantes no se concentran ni siquiera en el espacio israelí, tienen que ver con las dinámicas de la economía del petróleo, el problema del agua y el mercado de las armas, de ahí que las súper potencias seguirán jugando un doble juego dentro del cual sus presidentes seguirán ganando premios nobel de paz, mientras dos pueblos inocentes ponen los muertos, las víctimas y el dolor. ¿Mi propuesta? Promover el conocimiento, la reconciliación, el amor y apoyar a personas que desde el arte (música y cine, principalmente están mostrándole al mundo y a ambas poblaciones que son más los nexos que las unen que los que las separan) por ahora para todos la Paz, el amor, la solidaridad y el perdón, porque no hay muertos que no duelan, ni que se puedan justificar lo suficientemente y con justicia.

jueves, 12 de junio de 2014

SORPRESA

Tu recuerdo hoy es dulce, leve como el viento, colorido como una primavera que perdida en el códice del tiempo se derrama sobre mi corazón y lo sorprende. Tu recuerdo extraordinario, colmado de futuros sin pasado, de mañanas sin presente, de hoy sin tiempo. De  todo lo que pudo ser y nunca fue pero que de haber sido tal vez habría sido extraordinario. Tu recuerdo de calles que no conozco, conversaciones que no he tenido, abrazos que nunca he dado, de besos que se quemaron en mis labios sin llegar a florecer junto a los tuyos. Esos besos que en una tarde como la de hoy contra toda posibilidad  se hacen dulcemente vividos y asombrosamente  totales,  tan absolutos  como habría sido verte,  tocarte y el dejar correr sobre ti los sueños de un amor que nació muerto, pero que a diferencia de otros muchos,  ama andar resucitado.

SORPRESA

Tu recuerdo hoy es dulce, leve como el viento, colorido como una primavera que perdida en el códice del tiempo se derrama sobre mi corazón y lo sorprende. Tu recuerdo extraordinario, colmado de futuros sin pasado, de mañanas sin presente, de hoy sin tiempo. De  todo lo que pudo ser y nunca fue pero que de haber sido tal vez habría sido extraordinario. Tu recuerdo de calles que no conozco, conversaciones que no he tenido, abrazos que nunca he dado, de besos que se quemaron en mis labios sin llegar a florecer junto a los tuyos. Esos besos que en una tarde como la de hoy contra toda posibilidad  se hacen dulcemente vividos y asombrosamente  totales,  tan absolutos  como habría sido verte,  tocarte y el dejar correr sobre ti los sueños de un amor que nació muerto, pero que a diferencia de otros muchos,  ama andar resucitado.