jueves, 4 de diciembre de 2014

VACACIONES

Hacía ya mucho tiempo que Cristina deseaba tomarse unas buenas vacaciones. No de esas que se comparten en familia con marido e hijos a bordo, descansando  en la playa o jugando a saltar las olas. Tampoco de las de irse con amigas de paseo a algún lugarcito de esos gloriosamente arrebatadores, de capillita al centro de una colina y venta de artesanías coloridas en los alrededores de la plaza, ¡No! Cristina quería unas vacaciones diferentes.
Unas en las que no hubiese horarios, ni cuentas por pagar. Que implicaran no tener que  ser  responsable por nada ni por nadie. Sin ninguna voz señalando “hay que hacer esto” o “hay que hacer aquello”. Sin nadie preguntando “¿Dónde están mis medias? o ¿Trajiste el bloqueador Cristinaar? ¡Sí! Las vacaciones que quería Cristina eran muy, muy diferentes de las acostumbradas. Porque lo que Cristina quería era ¡Irse de vacaciones sin ella! Sin la educación que le dieran madre, tías y abuelas. Sin la voz de la conciencia que le inculcaran las monjas del colegio. Sin el amor por sus hijos y su marido, vuelto responsabilidad, cuidado  y compromiso. Sin culpas ni remordimientos. Sin más deber que el de descansar, tirada sobre la cama de un buen hotel, sin tener que  hacer nada más que permanecer allí por horas mirando al techo, haciendo bombas de chicle o  bebiendo té helado frente al televisor.
Así que pensando en esto, tomó sus llaves, las echó en el bolso, y escribió una nota que decía: “Querido Tomás, me voy. Vuelvo el domingo. Dejo comida suficiente en la nevera. Los niños están donde mi madre. No te preocupes por mí, que yo tampoco voy a hacerlo. Ni intentes llamarme, porque me he dejado el celular  en casa. Estoy bien, a decir verdad dudo que pueda llegar a estar mejor. Me voy unos días de vacaciones. Te amo. Cristina”


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