Avanzaba por la vida con gracia y sutileza, haciendo sutil y ligero lo más pesado. Luchaba, trabajaba duro, enfrentaba retos innombrables, siempre con la sonrisa iluminando su rostro y la luz en su mirada. No era fácil percibir en ella la ardua disciplina subyacente a su labor; tan sólo se notaban la armonía, el equilibrio, la alegre danza desprendida del estar presente ante su propio corazón. Fuerte, osada, inteligente, cálida, tierna, profundamente humana, transitaba por corredores y pasillos llevando en los bolsillos de su gabacha la esperanza.
Gilma Betancourt texto, Edgard Degas, cuadro.

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