Se llamaba noche y caminaba con pasos de mujer, andariega, coqueta, inusitada, entraba a todos los lugares sin pedir permiso, sin que nadie la llamara; a veces se mostraba alegre y cadensiosa, movía pies, pecho, piernas y caderas en medio de una danza contagiosa, reía a carcajadas con el rostro cuajado de estrellas y de luna,, deslizandose sigilosa como un gato, regalandose entera al amor. Entonces era preciso acariciar su cabellera, pellizcar sus muslos, besar sus labios y ser parte su más dulce amanecer. Gilma Betancourt texto, Irving Penn, fotografía.
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