Caminaban a veces raudos y veloces, otras lentos, detenidos;
como si quisieran besar la tierra a cada paso. No siempre iban juntos, la mayor
parte del tiempo cada uno seguía su propio camino, pero cuando se encontraban y
sus horizontes coincidían ¡era la magia! Entonces se tomaban de las manos, se miraban y
postergaban esos besos que traían guardados de tiempo atrás; lo hacían tan solo
para írselos dando fugaz y suavemente, entregándose el ser, labio sobre labio, como
si al besarse abarcaran el universo entero. Luego tan solo una cabeza se reclinada
sobre un hombro, para reafirmar la confianza absoluta en la lealtad que se tenían;
poco importaba que el encuentro terminara, que no fuera eterno, pues al fin de cuentas,
el espacio entre los dos no podía ser más que relativo, sin superar jamás la distancia
que separaba un corazón del otro corazón. Silvia Celcer, escultura, Gilma Betancourt,
Texto.
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