Tan
absolutamente cómplices que las palabras sobraban. Se adivinaban, y sin embargo era un deleite escucharse,
soñaban con tardes de bebidas calientes y mecedoras, con esos pequeños
silencios en los que las sonrisas auguraban confidencias, confesiones que a
cualquier otro harían enrojecer, pero que a ellas las divertían en extremo. Sin
juicios, sin miramientos, sin necesidad de justificación. A veces caminaban una al lado de la otra saludando
la tarde, dándole la bienvenida la noche por llegar, iban donde querían en
medio de la más absoluta libertad, no creían que tuvieran necesidad de pedir
permisos, estaban mas allá del bien y del mal, siempre se concedían en
beneficio de la duda, por no decir el de la inocencia total, entre tanto compartían
este amor que por decirlo así no podía ser más que perfecto. Francisco Goya,
Mujeres conversando, Gilma Betancourt, Texto.
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