Salió presuroso
a buscarla, pero pronto descubrió que se había perdido, la miro, tan feliz, tan
satisfecha que se contuvo y omitió las palabras con las que iba a llamarla, a
reclamar su presencia. En lugar de ello, la observo extasiado, contemplando como
esos ojos que tanto amaba, se deslizaban renglón a renglón en pos de esa fantasía
tan extraña y tan lejana para él. La vio
suspirar y tuvo celos, no de los personajes, sino de aquel que desde tan lejos
se la robaba y la hacia suya palabra a palabra, letra a letra. Se sentó e
intento imaginar la historia de la que ella ahora era protagonista, sabiendo
que no preguntaría, más bien esperaría ansioso a que se la contara, sabiendo
que por premio obtendría sus comentarios y que esa noche, cuando ella durmiera
abrazada a su regazo seria el quien personificaría a aquellos con los que ella ahora soñaba. Francine Van Hove, Muer leyendo,
Gilma Betancourt Texto.
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