Para
Alberto R…z
Entomóloga
reconocida Gilma llevaba mucho tiempo buscando un espécimen que fuera
verdaderamente especial, uno por el que valiera la pena arriesgarse, dejar de
lado el miedo y los prejuicios y jugarse
entera. Así que cuando lo vio casi no dio crédito a lo que le mostraban sus
ojos, que formas, que colores, que matices, y lo mejor el bicho parecía bien
intencionado, dispuesto a hacer posibles sus sueños de realización, pues aun
siendo un insecto se mostraba doméstico, capaz de cohabitar con ella y de
proyectar las metas y los anhelos hasta límites insospechados.
Feliz,
lo puso a buen recaudo junto a ella y se dispuso a salir en busca de sus
cofrades de la sociedad de entomología para hablarles al respecto y compartir con ellos la originalidad y emoción de su hallazgo, sobre todo porque
no se trataba de un ejemplar nativo sino que procedía del extranjero,
concretamente del D.F. en México, lo que lo hacía aún más interesante. Las
felicitaciones no se hicieron esperar, todos confiaban en Gilma y en su
criterio, así que no dudaron en celebrar.
-
¿Cómo le llamaras?
-
umm no sé, creó que le llamare Bladottea laetus
(cucaracha de agua, colorida), pero de modo coloquial la dire Albertus.
- ¿Y cuándo lo conoceremos?,
- Pronto, mi relación con él es aún remota, pero me ha
comunicado su intención de venir a Cali para que nos conozcamos personalmente,
por ahora solo dispongo de la información que él me ha suministrado.
Gilma consulto a Juliana que era la etóloga del grupo, para
que le ayudase a analizar la conducta y el comportamiento de Albertus.
-
¿Estas segura de que
este es un insecto memorable amiga?- pregunto Juliana- porque yo lo percibo como un bicho bastante
común. Blattodea evidentemente pero de las normales, es más, te
recomiendo que le pongas atención y tengas cuidado, no vaya a ser una alimaña
ponzoñosa y pestilente, que tras engañarte acabe por estafarte.
-
No creo amiga, dijo Gilma en defensa de Albertus, realmente pienso
que no hay motivos para dudar de sus buenas intenciones y que en realidad le ha
sido muy difícil actuar de un modo diferente a como lo ha hecho, por otra parte
no pienso que estos actos lo descalifiquen como espécimen.
-
Umm, no sé, no sé amiga, vamos a darle una oportunidad, pero
no te descuides, yo que tu abriría bien el
ojo, su conducta es extraña y no me genera ningún tipo de confianza.
-
Está bien lo haré, dijo Gilma, entre convencida y molesta.
Pasaban
los días y el comportamiento de la Bladottea Albertus Laetus, como a Gilma le
gustaba llamarla, era desconcertante, parecía estar y no estar, ser y no ser,
pero entonces cuando ya ella iba a tirar la toalla y abandonar el proyecto paso
algo.
La
Bladottea empezó a cambiar, se mostró dispuesta a involucrarse más, a
comprometerse, a dejarse ver, ser cariñosa y hacer presencia.
Si
lo sé, pocas personas estarían felices con un bicho de estos andando por su
vida y por su casa, pocas, excepto quienes como Gilma sentían pasión por la
entomología.
Ante
el anuncio de que Albertus se
desplazaría voluntariamente a su casa y haría de ella su hogar, al menos
durante algunas temporadas, Gilma se dispuso a crearle un habitad a su medida,
a fin de que se sintiera cómodo y feliz.
Lo
maravilloso era ver cómo, aun los no entomólogos aceptaban a la Bladottea pensando
que era un ser agradable, confiable y
capaz de aportar con su presencia algo bueno a sus vidas, todos le acogían con
el mayor cariño y la más irrestricta confianza.
Ni
que decir de los miembros de la sociedad
local de entomología, todos felicitaban a Gilma por el hallazgo, especialmente
Eugenia la presidenta, quien quería muchísimo a nuestra entomóloga y sabía que su amiga llevaba
tiempo esperando un hallazgo así; fue
tal el entusiasmo y tan contagioso que incluso
Juliana claudico en su escepticismo.
Los
colores, la seriedad, el temperamento, las sonrisas, la dulce mirada,
especialmente cuando miraba a Gilma y sobre todo la amabilidad de Albertus eran tan convincentes y encantadoras
que todos se dispusieron a abrirle las
puertas de la ciudad, a proyectarlo, acompañarlo y relievarlo ante amigos y
conocidos, con el propósito de ampliar sus horizontes, lo hacían en gran medida por amor a Gilma y porque tenían
fe en sus expectativas y convicción.
Pero
una Blattodea es una Blattodea y por diferente que parezca solo puede ser lo
que es.
Pasado
el tiempo proyectado para su estadía, y tras recibir las múltiples atenciones, complacencias y
agasajos que se le dispensaron, Albertus afirmo su necesidad de retornar a su
habitad en Bogotá, donde fijo su
residencia desde que llego de México. Obviamente antes de irse prometió volver, y se fue no sin antes pedirle
a Gilma que no le extrañara,
manifestando de este modo una rara forma de preocupación, que aunque la
desconcertó, ella acabo por atribuir a cierta clase de nobleza.
Tras
marcharse, Albertus comenzó a modificar su conducta, fue haciéndose cada vez
más apático, menos cercano, más huraño. Empezó a establecer distancias, a cuestionar las actitudes y comportamientos de Gilma,
acusándola de intensa, de voluble de agobiante. Ella creyendo en la honestidad
de su insecto favorito intento adaptarse a las demandas que este hacía, pero
cada día se sintió más remota, lejana, ajena. Pese a esto siguió creyendo en el retorno de Albertus,
pues confiaba en él, de un modo, para su desgracia, poco inteligente y ciego.
No
obstante la realidad comenzaba a hacerse evidente de manera que Gilma deseo tener
la ocasión de averiguar la verdad que se escondía tras la Blattodea, quiso saber
que pasaba en realidad.
La
oportunidad de hacerlo le cayó del cielo;
la sociedad entomológica de Bogotá la invito a presentar sus hallazgos sobre el
espécimen y como este se había retirado justamente allí Gilma pensó que podía aprovechar
el viaje para darse una pasada y verlo actuando en su habitad natural.
Imagino
que Albertus estaría contento de verla y
dispuesto a recibirla con los brazos abiertos, tal como había hecho ella con él,
pero se equivocó por completo.
La
reacción de la Blattodea fue pasmosamente desestimulante, lejana, apática,
evasiva. Gilma tuvo un mal presentimiento que confirmaba todas sus sospechas,
Albertus le estaba ocultando algo, debía estarle mintiendo, así que resuelta a
aclarar las cosas se comunicó con un amigo suyo, entomólogo de profesión y le
pidió hacer un adecuado seguimiento de Albertus para salir de dudas.
La
víspera de su viaje le llamó y este le confirmo lo que se temía, le dijo que Albertus no era otra cosa que una simple Blattodea
y como tal tenía su nido en una alcantarilla capitalina, con todas las
implicaciones propias de ello. Vivía pues en medio de las argucias, la
suciedad, la mentira y pestilencia que los de su especie acostumbran frecuentar
y de los que se alimentan.
-
¿Estás
seguro? Pregunto Gilma sintiendo que una sensación horrible le mordía el
estómago.
-
¡Totalmente!
¿Tú no lo sabías?, Albertus me dijo que tú estabas al corriente de todo, que sabías quien es él, cómo vive,
que le gusta y sobre todo que compromisos
afectivos ha establecido para su supervivencia.
-
¿Te
refieres a?
-
Tener
una pareja que les garantice un nido, que les economice gastos y esfuerzos. ¿Por
qué tú sabes que eso hacen los de su tipo, cierto? Se aprovechan de todo el que
pueden, mienten, ocultan y finalmente lo contaminan todo con su pestilencia.
-
¿Y
los colores?
-
Se
los pinto él mismo, veras necesitaba de ti, de lo que podías otorgarle en
cuanto a reconocimiento, relaciones, contactos y alojamiento.
-
Gracias
por advertírmelo, dijo Gilma, sabiendo que su amigo acababa de salvar algo más
que su prestigio.
Y aunque eso no evito que se sintiera
profundamente burlada, se dio cuenta de lo afortunada que era al saber la
verdad, peor habría sido seguir en el engaño, dejándose maltratar y utilizar por
Albertus, permitiéndole explotar las ventajas y beneficios de su mundo.
Finalmente sintió cierta compasión por la bladottea que Albertus había tomado
como pareja, pues tenía claro que bichos como Albertus son incapaces de amar, y
solo se guían por el principio de la conveniencia. Gilma sabía que a ella
también Albertus la estaba engañado
y que seguramente saldría estafada de un
modo mucho más grave y letal.
Tras salir del shock inicial, opto por obviar encontrarse
con Albertus, verlo venía sobrando, no tenía sentido hacerlo. Ni siquiera valía
la pena confrontarlo; las bladotteas no tienen ni dignidad, ni consciencia, ni
moral, lo que es apenas obvio considerando que carecen de cerebro. Por otra parte sabía que más temprano que
tarde lo superaría, lo olvidaría, lo dejaría de lado como había hecho ya con
tantas otras decepciones.
La parte más difícil- pensó Gilma - sería reconocer su fracaso ante la sociedad de
entomólogos, que había creído como ella en la integridad y honestidad del
espécimen. Tomo valor, se los dijo y de un modo u otro todos asumieron que la
experiencia se validaba como aprendizaje, concluyeron que finalmente algo debía tener Albertus para
haberlos desconcertado y confundido de este modo. Decidieron que a partir de
este momento cualquier nuevo hallazgo debería ser puesto cuidadosamente bajo el
microscopio para ser evaluado, y que solo tras un largo periodo de prueba se
les concedería el beneficio de la fe. Finalmente y como cierre, Gilma guardo
para sí, las palabras que entonces le dijo Juliana y lo hizo con una gran sonrisa en el rostro y
una carcajada en el corazón:
-¡Te lo dije amiga! ¡Te lo dije! ¡Que Albertus
no era más que una simple y vulgar cucaracha de agua!
Autora:
Gilma Alicia Betancourt Maradiaga.
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