jueves, 17 de diciembre de 2015

UN BICHO ¿RARO?


Para Alberto R…z

Entomóloga reconocida  Gilma llevaba mucho tiempo  buscando un espécimen que fuera verdaderamente especial, uno por el que valiera la pena arriesgarse, dejar de lado el miedo y los prejuicios y  jugarse entera. Así que cuando lo vio casi no dio crédito a lo que le mostraban sus ojos, que formas, que colores, que matices, y lo mejor el bicho parecía bien intencionado, dispuesto a hacer posibles sus sueños de realización, pues aun siendo un insecto se mostraba doméstico, capaz de cohabitar con ella y de proyectar las metas y los anhelos hasta límites insospechados.
Feliz, lo puso a buen recaudo junto a ella y se dispuso a salir en busca de sus cofrades de la sociedad de entomología para hablarles al respecto y compartir  con ellos la originalidad  y emoción de su hallazgo, sobre todo porque no se trataba de un ejemplar nativo sino que procedía del extranjero, concretamente del D.F. en México, lo que lo hacía aún más interesante. Las felicitaciones no se hicieron esperar, todos confiaban en Gilma y en su criterio, así que no dudaron en celebrar.
- ¿Cómo le llamaras?
- umm no sé, creó que le llamare Bladottea laetus (cucaracha de agua, colorida), pero de modo coloquial la dire Albertus.
- ¿Y cuándo lo conoceremos?,
- Pronto, mi relación con él es aún remota, pero me ha comunicado su intención de venir a Cali para que nos conozcamos personalmente, por ahora solo dispongo de la información que él me ha suministrado.
Gilma consulto a Juliana que era la etóloga del grupo, para que le ayudase a  analizar  la conducta y el comportamiento de Albertus.
-       ¿Estas segura de que este es un insecto memorable amiga?- pregunto Juliana-  porque yo lo percibo como un bicho bastante común. Blattodea evidentemente pero de las normales, es más, te recomiendo que le pongas atención y tengas cuidado, no vaya a ser una alimaña ponzoñosa y pestilente, que tras engañarte acabe por estafarte.
-      No creo amiga, dijo Gilma en defensa de Albertus, realmente pienso que no hay motivos para dudar de sus buenas intenciones y que en realidad le ha sido muy difícil actuar de un modo diferente a como lo ha hecho, por otra parte  no pienso que estos actos lo  descalifiquen como espécimen.
-      Umm, no sé, no sé amiga, vamos a darle una oportunidad, pero no te descuides, yo que tu abriría  bien el ojo, su conducta es extraña y no me genera ningún tipo de confianza.
-      Está bien lo haré, dijo Gilma, entre convencida y molesta.
Pasaban los días y el comportamiento de la Bladottea Albertus Laetus, como a Gilma le gustaba llamarla, era desconcertante, parecía estar y no estar, ser y no ser, pero entonces cuando ya ella iba a tirar la toalla y abandonar el proyecto paso algo.
La Bladottea empezó a cambiar, se mostró dispuesta a involucrarse más, a comprometerse, a dejarse ver, ser cariñosa  y hacer presencia.
Si lo sé, pocas personas estarían felices con un bicho de estos andando por su vida y por su casa, pocas, excepto quienes como Gilma sentían pasión por la entomología.
Ante el anuncio de que Albertus  se desplazaría voluntariamente a su casa y haría de ella su hogar, al menos durante algunas temporadas, Gilma se dispuso a crearle un habitad a su medida, a fin de que se sintiera cómodo y feliz.
Lo maravilloso era ver cómo, aun los no entomólogos aceptaban a la Bladottea pensando que era  un ser agradable, confiable y capaz de aportar con su presencia algo bueno a sus vidas, todos le acogían con el mayor cariño y la más irrestricta confianza.
Ni que decir de  los miembros de la sociedad local de entomología, todos felicitaban a Gilma por el hallazgo, especialmente Eugenia la presidenta, quien quería muchísimo a  nuestra entomóloga y sabía que su amiga llevaba tiempo esperando un hallazgo  así; fue tal el entusiasmo y tan contagioso que  incluso Juliana claudico en su escepticismo.
Los colores, la seriedad, el temperamento, las sonrisas, la dulce mirada, especialmente cuando miraba a Gilma y  sobre todo la amabilidad  de Albertus eran tan convincentes y encantadoras que todos  se dispusieron a abrirle las puertas de la ciudad, a proyectarlo, acompañarlo y relievarlo ante amigos y conocidos, con el propósito de ampliar sus horizontes, lo hacían  en gran medida por amor a Gilma y porque tenían  fe en sus expectativas y convicción.

Pero una Blattodea  es una Blattodea  y por diferente que parezca solo puede ser lo que es.
Pasado el tiempo proyectado para su estadía, y tras recibir  las múltiples atenciones, complacencias y agasajos que se le dispensaron, Albertus afirmo su necesidad de retornar a su habitad  en Bogotá, donde fijo su residencia desde que llego de México.   Obviamente antes de irse  prometió volver, y se fue no sin antes pedirle a  Gilma que no le extrañara, manifestando de este modo una rara forma de preocupación, que aunque la desconcertó, ella acabo por atribuir a cierta clase de  nobleza.
Tras marcharse, Albertus comenzó a modificar su conducta, fue haciéndose cada vez más apático, menos cercano, más huraño. Empezó a  establecer distancias, a cuestionar  las actitudes y comportamientos de Gilma, acusándola de intensa, de voluble de agobiante. Ella creyendo en la honestidad de su insecto favorito intento adaptarse a las demandas que este hacía, pero cada día se sintió más remota, lejana, ajena. Pese a esto  siguió creyendo en el retorno de Albertus, pues confiaba en él, de un modo, para su desgracia, poco inteligente y ciego.

No obstante la realidad comenzaba a hacerse evidente de manera que Gilma deseo tener la ocasión de averiguar la verdad que se escondía tras la Blattodea, quiso saber que pasaba en realidad.
La oportunidad de hacerlo  le cayó del cielo; la sociedad entomológica de Bogotá la invito a presentar sus hallazgos sobre el espécimen y como este se había retirado justamente allí Gilma pensó que podía aprovechar el viaje para darse una pasada y verlo actuando en su habitad natural.
Imagino  que Albertus estaría contento de verla y dispuesto a recibirla con los brazos abiertos, tal como había hecho ella con él, pero se equivocó por completo.
La reacción de la Blattodea fue pasmosamente desestimulante, lejana, apática, evasiva. Gilma tuvo un mal presentimiento que confirmaba todas sus sospechas, Albertus le estaba ocultando algo, debía estarle mintiendo, así que resuelta a aclarar las cosas se comunicó con un amigo suyo, entomólogo de profesión y le pidió hacer un adecuado seguimiento de Albertus para salir  de dudas.
La víspera de su viaje le llamó y este le confirmo lo que se temía, le dijo que  Albertus no era otra cosa que una simple Blattodea y como tal tenía su nido en una alcantarilla capitalina, con todas las implicaciones propias de ello. Vivía pues en medio de las argucias, la suciedad, la mentira y pestilencia que los de su especie acostumbran frecuentar y de los que se alimentan.
-      ¿Estás seguro? Pregunto Gilma sintiendo que una sensación horrible le mordía el estómago.
-      ¡Totalmente! ¿Tú no lo sabías?, Albertus me dijo que tú estabas al corriente  de todo, que sabías quien es él, cómo vive, que le gusta  y sobre todo que compromisos afectivos ha establecido para su  supervivencia.
-      ¿Te refieres a?
-      Tener una pareja que les garantice un nido, que les economice gastos y esfuerzos. ¿Por qué tú sabes que eso hacen los de su tipo, cierto? Se aprovechan de todo el que pueden, mienten, ocultan y finalmente lo contaminan todo con su pestilencia.
-      ¿Y los colores?
-      Se los pinto él mismo, veras necesitaba de ti, de lo que podías otorgarle en cuanto a reconocimiento, relaciones, contactos  y alojamiento.
-      Gracias por advertírmelo, dijo Gilma, sabiendo que su amigo acababa de salvar algo más que su prestigio.


Y aunque eso no evito que se sintiera profundamente burlada, se dio cuenta de lo afortunada que era al saber la verdad, peor habría sido seguir en el engaño, dejándose maltratar y utilizar por Albertus, permitiéndole explotar las ventajas y beneficios de su mundo. Finalmente sintió cierta compasión por la bladottea que Albertus había tomado como pareja, pues tenía claro que bichos como Albertus son incapaces de amar, y solo se guían por el principio de la conveniencia. Gilma sabía que a ella también Albertus la estaba  engañado y  que seguramente saldría estafada de un modo mucho más grave y letal.

Tras salir del shock inicial, opto por obviar encontrarse con Albertus, verlo venía sobrando, no tenía sentido hacerlo. Ni siquiera valía la pena confrontarlo; las bladotteas no tienen ni dignidad, ni consciencia, ni moral, lo que es apenas obvio considerando que carecen de cerebro.  Por otra parte sabía que más temprano que tarde lo superaría, lo olvidaría, lo dejaría de lado como había hecho ya con tantas otras decepciones.

La parte más difícil- pensó Gilma -  sería reconocer su fracaso ante la sociedad de entomólogos, que había creído como ella en la integridad y honestidad del espécimen. Tomo valor, se los dijo y de un modo u otro todos asumieron que la experiencia se validaba como aprendizaje, concluyeron  que finalmente algo debía tener Albertus para haberlos desconcertado y confundido de este modo. Decidieron que a partir de este momento cualquier nuevo hallazgo debería ser puesto cuidadosamente bajo el microscopio para ser evaluado, y que solo tras un largo periodo de prueba se les concedería el beneficio de la fe. Finalmente y como cierre, Gilma guardo para sí, las palabras que entonces le dijo Juliana y  lo hizo con una gran sonrisa en el rostro y una carcajada en el corazón:
-¡Te lo dije amiga! ¡Te lo dije! ¡Que Albertus no era más que una simple y vulgar cucaracha de agua!


Autora: Gilma Alicia Betancourt Maradiaga.



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