ejer la historia con nuestras propias manos, esa que trasciende e ilumina la memoria, que edifica, persuade, disuade... Tejerla en lo intangible y lo visible, en lo evidente y en lo oculto, desde el protagonismo y el anonimato, desde el aquí y desde el ahora, tejerla con el alma y con las manos, con persistencia y suspicacia, con agonía, con dolor, con éxito, con fracaso. Velasquez, Las hilanderas,
Soy quien soy y quien parezco. Una y distinta. A veces atravieso los espejos¸ sigo al conejo, entro en la madriguera, le doy la mano a seres fabulosos y me detengo. Tomo el té con el tiempo, hablo y discuto con las cartas, rayo en la locura de lo imaginario, me libero de los reparos del buen juicio, me hago pequeña o me agiganto; pero así mismo de vez en cuando vuelvo, y en el volver me hallo cara a cara con esa otra que mide las palabras y calibra los gestos.
domingo, 28 de julio de 2019
jueves, 11 de julio de 2019
Salió presuroso
a buscarla, pero pronto descubrió que se había perdido, la miro, tan feliz, tan
satisfecha que se contuvo y omitió las palabras con las que iba a llamarla, a
reclamar su presencia. En lugar de ello, la observo extasiado, contemplando como
esos ojos que tanto amaba, se deslizaban renglón a renglón en pos de esa fantasía
tan extraña y tan lejana para él. La vio
suspirar y tuvo celos, no de los personajes, sino de aquel que desde tan lejos
se la robaba y la hacia suya palabra a palabra, letra a letra. Se sentó e
intento imaginar la historia de la que ella ahora era protagonista, sabiendo
que no preguntaría, más bien esperaría ansioso a que se la contara, sabiendo
que por premio obtendría sus comentarios y que esa noche, cuando ella durmiera
abrazada a su regazo seria el quien personificaría a aquellos con los que ella ahora soñaba. Francine Van Hove, Muer leyendo,
Gilma Betancourt Texto.
martes, 9 de julio de 2019
Tan
absolutamente cómplices que las palabras sobraban. Se adivinaban, y sin embargo era un deleite escucharse,
soñaban con tardes de bebidas calientes y mecedoras, con esos pequeños
silencios en los que las sonrisas auguraban confidencias, confesiones que a
cualquier otro harían enrojecer, pero que a ellas las divertían en extremo. Sin
juicios, sin miramientos, sin necesidad de justificación. A veces caminaban una al lado de la otra saludando
la tarde, dándole la bienvenida la noche por llegar, iban donde querían en
medio de la más absoluta libertad, no creían que tuvieran necesidad de pedir
permisos, estaban mas allá del bien y del mal, siempre se concedían en
beneficio de la duda, por no decir el de la inocencia total, entre tanto compartían
este amor que por decirlo así no podía ser más que perfecto. Francisco Goya,
Mujeres conversando, Gilma Betancourt, Texto.
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