Esta intimidad que nos une
y aproxima, lo llena todo, de ti y de mí. No te evado ni siquiera cuando poso los ojos
en el libro, la historia se me hace conocida, amor, dolor, espanto, podríamos ser
los dos en el súbito espacio de mi fantasía, pero no, nosotros somos dulces,
amarillos, verdes, suaves y ásperos. Somos de día y de noche, como las naranjas
que cuelgan de los árboles, como los azahares que perfuman en las tardes. Somos
un buen par; cómplices solitarios, que se acercan y se toman de la mano, sin
necesidad de hablar, porque nos leemos, tu eres mi libro favorito, la historia
en la que me encanta perderme y naufragar, ¿yo? Simplemente quiero ser tu
cuento, ese que lectura a lectura va cambiando, ese de nunca acabar. Charles
Perugini, El invernadero de los naranjos, Gilma Betancourt, Texto.
Soy quien soy y quien parezco. Una y distinta. A veces atravieso los espejos¸ sigo al conejo, entro en la madriguera, le doy la mano a seres fabulosos y me detengo. Tomo el té con el tiempo, hablo y discuto con las cartas, rayo en la locura de lo imaginario, me libero de los reparos del buen juicio, me hago pequeña o me agiganto; pero así mismo de vez en cuando vuelvo, y en el volver me hallo cara a cara con esa otra que mide las palabras y calibra los gestos.
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