Todos lloraban, clamaban por
ella, pero a decir verdad eso a Jacinta Reyes la tenía sin cuidado. Más bien le
daba risa, y por eso se reía. Bonita hora de venir a lamentarse, se decía
Jacinta, ¿Por qué no se habían quejado de ese modo cuando Crisóstomo la había
molido a golpes? ¿Cuándo por poco y la mata? ¡Ah, no! Entonces todos se deshicieron en burlas,
claro; incluso mirándola con sorna, le
habían dicho a aquel “buena esa compadre, así se hace”, ahora se va a saber
quién manda en esta casa.
Y es que así era en Cali en
1863, los hombres mandaban a los golpes y nadie les decía nada. Ahora, sin
embargo, ante la inminencia de la muerte del Crisóstomo todos lloraban,
pidiéndole a ella que se casara con él, que lo sacara del pecado en el que habían vivido y lo
librara de la condena eterna. ¡Pues no! se dijo Josefa, por ella que se friera
en el infierno, ahora era a ella a la que no le importaba lo que pasaba, así
que siguió riéndose, haciéndose la desentendida, mirándolos a todos como
quien dice ¿y ahora quién manda en esta
casa?
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