sábado, 2 de julio de 2011

TERRIBLE

TERRIBLE

Minúsculo, absurdamente insignificante, mínimo. Así se sintió tras descubrirlo. No sabía bien cómo había sucedido, simplemente pasó y todo lo que hasta entonces  creyó o vivió se rompió en dos.
Atrás quedaban la certeza y la seguridad de lo visto, lo olido, lo escuchado o percibido. Toda experiencia sensible quedaba banalizada, se tornaba intrascendente, aparente, marginal como él mismo, como su propia existencia terrenal. No pasaba lo mismo con las ideas, con la luminosa razón, que de tan iridiscente le dejaba ciego para todo lo que no fuese ella misma. Esa, que ahora llenaba todos los espacios, inaugurándolos con su presencia, transfigurándolos, desarraigándolos de toda seguridad o sentido, tan solo para resinificarlos.
Quiso hacerse una imagen de su descubrimiento pero no pudo. Hasta ese punto desbordaba su imaginación. Echó entonces mano de la analogía y lo supuso esférico, pensando en la grata perfección de la figura y en la belleza de su movimientos supo que sería un error pretender que “Él” fuera así, porque en su esencia negaba toda forma y cualquier movimiento. Es más, el cambio le resultaba refractario, inadmisible. Y sin embargo, esta ineludible humanidad que le agobiaba casi que le exigía buscar alguna clase de determinación o magnitud. Lo terrible de esta búsqueda es que siempre acababa en lo mismo: él puesto de narices ante la angustia de reconocer que perfecto, absoluto, eterno, infinito y finito no cuadraban. No lograba comprender la perfección como infinitud, pues esto sería sinónimo de indeterminación ¿Cómo abarcar entonces en una figura lo inabarcable? ¿Lo desbordante?

Cayó entonces en un mutismo transitorio, se miró a sí mismo en el reflejo de las aguas y asumió de una vez y para siempre el gesto que a partir de entonces habría de acompañarle, la mirada impenetrable, el gesto taciturno y serio, acorde presencia para lo que bien sabía le cabría de ahora en adelante: el pensar, el decir, el SER.

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