jueves, 27 de noviembre de 2014

QUIZAS

Inevitablemente hemos de encontrarnos, nos reconoceremos de tantos, tantos años, tal ves nos tomemos de las manos, caminemos un rato juntos reconociendo el tiempo que por ambos ha pasado, entonces quizás me beses, te bese o te besemos, el resto? el resto entre los dos lo iremos sintiendo e inventando

sábado, 15 de noviembre de 2014

DESAFIO



A Rosario y Francisco les gustaban los animales, y mucho, eso todos lo sabían, por eso cuando trajeron el mico capuchino a vivir con ellos, a nadie le sorprendió. Le enseñaron habilidades diversas entre ellas la de ir al baño como los humanos, sentarse en la mesa y acompañarlos a comer al igual que los demás miembros de la familia. Durante el primer año las cosas fueron de maravilla; sin embargo, con el paso de los días empezaron a desmejorar sensiblemente y todo porque el mico, a quien llamaron Checho, empezó a mostrarse particularmente agresivo con Francisco.
Al principio se trataba de pequeños roces y desafíos, muestras de dientes y otras señales desconcertantes. Luego la situación empezó a ser verdaderamente desagradable, al punto en que la familia llegó a dudar de su capacidad para conservar a Checho. Y es que éste parecía no tolerar la presencia de Francisco en la casa.
Hicieron memoria intentando identificar cualquier clase de incidente que hubiese podido desencadenar tal comportamiento, pero no pudieron hallar nada significativo. A decir verdad, Francisco había sido un verdadero padre para Checho, lo había cuidado, educado, alimentado, siempre tratándolo con el mayor cariño y la más completa consideración. Así que tras el análisis volvieron a estar todos igualmente desconcertados.
Finalmente decidieron  acudir en busca de ayuda, dadas las características del animal, al veterinario del zoológico. Una vez allí expusieron su caso, mientras el médico prestaba la mayor atención sin dejar de sonreír a la preocupada pareja. “Verán” les dijo “Lo que ocurre es que Checho ha alcanzado la madurez sexual y como él los considera a ustedes su manada, se comporta según su instinto” “¿Y?” le interpeló Francisco. “Y él te está desafiando como el macho alfa de la manada que eres con miras a ver si él puede quedarse con Rosario como compañera” “¡Quéee!” Exclamo la pareja al unísono, mientras el veterinario apenas si lograba controlar la risa. “Y ¿Ahora qué hacemos?”, preguntaron angustiados. “Sencillo, ahora tu Francisco, tienes que desafiar a Checho a un combate y derrotarlo. Solo así él va a aceptar tu superioridad y volverá a estar tranquilo como antes.”
“¿Y si no lo hago?” preguntó Francisco. “Pues Checho te sigue desafiando y la cosa puede empeorar”, “¿Y si no logro derrotarlo?” “Si no logras derrotarlo, entonces gana Checho y se queda con Rosario”. Ahora era la cara de pánico de Rosario la que provocaba risa. “Lo mejor es que te prepares, dijo de nuevo el veterinario, igual tienes total ventaja, pues Checho no es un mono grande, confía en ti, tu puedes vencerlo”.
Esa semana no durmieron, contemplaron incluso la opción de llevar a Checho al Zoologico y entregarlo, pero al pensar en lo mucho que lo querían, en la historia que tenían juntos y, sobre todo, en la manera como esto afectaría a todo el núcleo familiar, decidieron que ese viernes Francisco desafiaría a Checho a combate. Obviamente antes de que el enfrentamiento se diese, Rosario dejó bien claro que en caso de salir perdedor Francisco, éste debería ocuparse personalmente de llevar Checho al zoológico. Pues por mucho que le doliese su pérdida le prefería a cualquier otra situación que pudiese presentarse. Además, no era ella hembra de la especie capuchina y por lo tanto no estaba  nada  dispuesta a aceptar que un par de machos contendientes decidieran su destino.

Hecho esto tuvo lugar el combate, en el que para fortuna de todos Checho salió vencido. Así que mientras el miquito volvía a la normalidad y Francisco se daba golpes en el pecho cual Tarzán victorioso, Rosario daba gracias a Dios por no haberse decidido a adoptar un gorila.

domingo, 2 de noviembre de 2014

ENTREGAR LAS LLAVES



Diego Luis siempre fue un niño despierto, poco dado a dejarse engañar y muy dispuesto a usar la lógica, así que cuando su mamá lo enviaba a la tienda a traer víveres, Diego le respondía ¿para ir y volver?, y es que en verdad a este pequeño no había quien le sacara ventaja, salvo claro está su hermanita María Claudia, porque como decía mamá Rosa “El día que nace el guapo, nace el que le va a pegar”
Pues bien, en una navidad a Dieguito le regalaron una pistola y como niño de los años sesenta arma en mano y munición, quién dijo miedo, todo blanco le parecía perfecto; especialmente desde que su hermanita lo instaba a disparar, lo que Diego no sabía e incluso sus padres ignoraban era que la balas no eran otra cosa que caramelos, solo la pequeña María Claudia lo había descubierto, pero niña despierta no se lo dijo a nadie, sino que se dedicó a correr en dirección a donde su hermano apuntaba y tras llegar allí de la balita ¡no se volvía a saber!, para desgracia del pequeño Diego, quien cuando se enteró de la verdad ,ya estaba a punto de quedarse sin municiones.
Pero esta no era la historia que yo venía a contar, era más bien otra bastante diferente, una ocurrida en el Cali de los años sesenta cuando la máxima velocidad se acercaba a los cuarenta km por hora, los autos eran grandes y coloridos y la tía Gilma se vino a vivir a la casa paterna.
Ah la casa de los abuelos, bisabuelos para mí, lugar encantador, de ires y venires, en los que los adultos eran dulces e ingenuos y los pequeños todos unos pilluelos, capaces de poner en aprietos a más de uno, sino, pregúntenselo al tío Alberto.
¿Qué por qué al tío Alberto? Pues porque él generalmente regresaba del trabajo a eso de las cinco de la tarde, cuando todos los niños estaban en la casa, jugando cual angelitos a tirarle agua desde las ventanas a los desprevenidos transeúntes, que claro está subían a reclamar hechos unas verdaderas furias, tan solo para encontrarse con el bueno e inocente del tío a quien jamás se le ocurriría ni tendría porque saber en qué pilatunas andaban sus “adorables sobrinos”.
Así que cuando las personas enfadadas le decían: “Señor mire lo que me hicieron sus hijos” el se daba a responderles la verdad: " Señora yo no tengo hijos". Cosa que en lugar de tranquilizar a la reclamante acababa casi siempre por ponerla fuera de casillas, así que el pobre tío salía más que regañado, no solo por no educar, sino también por el crimen de pretender negar a su inquieta progenie. Claro que el siempre contaba con quien lo defendiera y sacara de apuros, pues por lo general a esa misma hora Papá Luis y Mamá Emma rezaban el rosario en la terraza o simplemente veían pasar la tarde, y aunque Mamá Emma era por lo general tranquila no aceptaba que nadie se metiera con su familia que al fin de cuentas “Con los tuyos con razón o sin ella”
De manera que cuando los indignados transeúntes empezaban a levantar la voz, ella con su habitual tono bajo pero lleno de autoridad decía: “Señora deje de decir mentiras, que lo niños son unos ángeles, incapaces de hacerle ningún daño a nadie, a saber donde se fue a meter usted para mojarse de ese modo, pero con seguridad que aquí no fue, así que hágame el favor y váyase, que nos está importunando” Ni que decir que las gentes derrotadas de ese modo se iban, con Mamá Emma no había quien pudiera, y ella definitivamente nunca en su vida iba a permitir que en su presencia se regañara o mucho menos castigara a uno de sus niños, que para eso era la abuela.

Obviamente las personas no dejaban de refunfuñar cosas sobre los angelitos, y nosotros escondidos tras las puertas no dejábamos de esperar una reprimenda que curiosamente nunca hubo de llegar.

Bueno a ese precioso habitad había venido a recalar la buena tía Gilma, tía de Diego, María Claudia, Luz Marina, Martín, Luis Eduardo Emma Fernanda, Carlos, José, Hernando y muchos primos más grandes, porque mía no, y es que esta particular señora, este ser tan especial como encantador, no es otra cosa para mí que mi adorada abuela, mía y de mis hermanos Luis Guillermo y Juan Ramón. Pero retomemos, les contaba que se había trasladado ella desde Bogotá a Cali y una vez aquí siendo como era una mujer moderna se determinó a aprender a manejar, para conducir el auto tal y como lo hacía su hermana Mariela.

¿Quién le enseño?, ¿cómo aprendió? No supe jamás, lo que si se, es que estando ya lista y al timón, se determinó esta gentil dama salir a dar una “vuelta” o paseo por la avenida sexta, lugar neurálgico de la ciudad de Cali, caracterizado por sus árboles, la infaltable brisa se las seis de la tarde, y los diferentes locales comerciales y restaurantes.
Y bueno, si una tía va a dar una una vuelta tan especial aprovecha y lleva a los niños con ella, para que la acompañen y también para que se diviertan. Eligió la buena dama en esta oportunidad al pequeño Diego Luis, pensando que siendo el niño tan vivo como era podía ayudarle, ya que ella no se sentía del todo segurá conduciendo, y así se lo dijo con estas palabras: “Mi amor venga acompáñeme para que me ayude mientras voy manejando”. A lo que el niño le respondió “Claro tía y ¿cómo le ayudo; “Pues fácil mi amor, usted se asoma por la ventanilla y me avisa cuando venga un carro, o si viene una persona para que no vayamos a accidentarnos”.
Quién dijo miedo, esas palabras sellaron el destino de mi abuela como conductora, ay si ella hubiera sabido, ¡cuánto dinero se habría economizado en taxis y demás transportes públicos!, pero nada, lo que ha de ser, ha de ser y es.
Una vez puestos Gilma al volante y Diego en el asiento del copiloto, arrancaron y ni que decir que en las primeras cuadras todo fue verdaderamente bien, sin embargo una vez llegaron a la avenida sexta todo cambio y no para mejor. Tal vez fue el ver tantos carros, o peatones, el caso es que Diego se empodero de su misión y antes de que su tía pudiera evitarlo, abrió la ventanilla del auto, asomo la cabeza y comenzó a gritar tan alto como se lo permitieron sus pulmones: “Quítense quítense que mi tía Gilma va manejando”, las personas que le oían no sabían si echarse a correr o tirarse al suelo a reír, de tan graciosa que resultaba la particular escena.
Lo cierto es que para Gilma ya era demasiado tarde, hacer callar a Diego era verdaderamente imposible, no había modo de explicarle que sus servicios de ayudante ya no eran necesarios, solo quedaba una salida, regresar a casa, guardar el auto y entregar las llaves.